Caracol de Morelia
Todo tiene un tiempo.
Nuestro deseo de entrar en las comunidades autónomas zapatistas para conocer lo que tantas veces habíamos visto a través de las pantallas o leído en los libros, tiene su tiempo.
La Junta del Buen Gobierno en recibirnos y escuchar las razones de porque habíamos llegado hasta el Caracol de Morelia, metido entre las montañas Chiapanecas, también tiene su tiempo. Y son distintos.
También es diferente aquí lo que uno ha imaginado, los zapatistas no tienen pasamontañas, ni pañuelos escondiéndole el rostro, encendiéndole el rostro.
El único Marcos que vimos era un número 9 que jugaba en la cancha de fútbol de la Escuela Autónoma Zapatista.
Son campesinos, eso son, que han estado por siglos cosechando la tierra que vemos a nuestro alrededor. Campesinos que ahora se gobiernan así mismos y sonríen. Si sonríen. Están en la cocina cocinando para treinta y se cagan de la risa. Vienen a hacer pozos para las letrinas, llueve, cavan y escuchas las risotadas porque alguno se resbaló o pasó otro gritándoles algo.
Pero todo lo toman en serio, pues los que hoy están en la Junta mañana tendrán que solicitarle a la junta que viene y no podrán serlo hasta que pasan tres semanas. Y al que le toca la cocina hoy, mañana hará vigilancia, pasado arriará los caballos para que vayan a pastar a la montaña y así lo que sea con tal de laburar para la comunidad.
Y faltan cosas y claro que faltan, pero como los caracoles lentos pero van.
Y ese tiempo nuestro de esperar el permiso para visitar la Clínica Autónoma o la Escuela debe aguardar. Pero vale la pena si al esperar nos sentamos a compartir una mínima charla, silencios entre el humo espeso de la cocina, un café bien dulce, un plato de frijoles y esas tortillas que se traen de sus casa y al pasar te ofrecen "agárrele una Compa".
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